¿Qué caracteriza la fecundidad adolescente? (Parte II)

Previamente: Las Peligrosas consecuencias de las uniones tempranas y el Embarazo Adolescente (Parte I)

De acuerdo con Matilde Molina Cintra, la fecundidad adolescente, especialmente en el grupo de 15 a 19 años entre 1999 y 2019, alcanzó el 82% de los nacimientos de madres adolescentes en el país.

Al caracterizar este fenómeno, la demógrafa sostiene que las más jóvenes (de 10 a 14 años), presentan una mayor diferencia de edad con sus parejas, llegando a 8.9 años en promedio, lo cual genera importantes desbalances de poder y vulnerabilidad.

Asimismo, la edad mediana al primer matrimonio o unión descendió, de 15.8 años en 1990 a 15.4 años en 2014, lo que indicó un aumento de los matrimonios y uniones tempranas.

Los estudios apuntan que la mayoría de las madres adolescentes, especialmente las más jóvenes, no trabajan y se dedican a las labores domésticas y de cuidado, lo que limita sus oportunidades educativas y laborales, apuntó la especialista.

El embarazo adolescente no es solo un problema de salud, sino un desafío social que impacta a la familia, la comunidad y la sociedad en general. Según Molina Cintra, “el embarazo adolescente limita el desarrollo inclusivo, aumenta las desigualdades y las desventajas sociales, y agrava las brechas de género y las heterogeneidades entre los territorios”.

Detalló que en Cuba, la mayoría de los embarazos adolescentes son no intencionales. De hecho, el 75% de las niñas que tienen su primer hijo antes de los 15 años, tienen un segundo antes de los 20.

“Cuando las niñas se convierten en madres, tienen muchas más probabilidades de tener más hijos en la adolescencia, lo cual incrementa los riesgos para su desarrollo personal, pero también para su descendencia, la familia y la comunidad”, afirmó.

Un patrón característico de la fecundidad cubana es que los embarazos y nacimientos adolescentes son más altos en la región oriental del país. Provincias como Las Tunas (22,7%), Holguín (21,3%), Camagüey (20,5%) y Granma (20,3%) presentan los mayores porcentajes de nacimientos de madres adolescentes.

Además, existe una mayor tasa de embarazos adolescentes en las zonas rurales, aunque hay excepciones, como Pinar del Río, Matanzas, Villa Clara, Cienfuegos, Sancti Spíritus y Ciego de Ávila, donde la tendencia es mayor en las zonas urbanas.

Para tener una idea de esa heterogeneidad, la especialista ilustró que el cierre de 2022 se reportaron 71 nacimientos por cada 1000 adolescentes en  la provincia de Las Tunas, en la región oriental. “Es la provincia donde las niñas menores de 20 años aportan más a la fecundidad total: casi 23 por ciento de los nacimientos de este territorio se producen en madres adolescentes”, comentó.

En tanto, en La Habana, con la menor tasa de fecundidad adolescente de Cuba, de 34 nacimientos por cada 1000 mujeres de 15 a 19 años, el indicador sigue siendo alto, con un comportamiento heterogéneo al interior de sus municipios.

Molina Cintra también señala que el embarazo adolescente está fuertemente vinculado a determinantes como el inicio precoz de las relaciones sexuales (incluso antes de los 15 años de edad), la falta de educación integral de la sexualidad y la baja percepción de riesgo sobre prácticas sexuales sin protección. Además, el país enfrenta un déficit marcado de métodos anticonceptivos, lo que aumenta la demanda insatisfecha de esta población, dijo.

De acuerdo con la socióloga Reina Fleitas, profesora titular del Departamento de Sociología de la Universidad de La Habana, y citada por el Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y el Caribe, SEMlac Cuba, la maternidad temprana tiende a ocurrir más en adolescentes mestizas y negras, desvinculadas del estudio o el trabajo y en viviendas con bajos ingresos y en condiciones precarias.

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La gran brecha de género tras “las uniones” tempranas

El embarazo y la fecundidad adolescentes están asociados a los matrimonios precoces, es decir a los matrimonios que se producen en edades tempranas.

Para la demógrafa, es importante destacar que el nuevo Código de las Familias, aprobado en referéndum popular en septiembre de 2022, eliminó, primero la desigualdad que había entre la edad de la muchacha y el muchacho  adolescente y en estos momentos para ambos esa edad se ha aparejado a 18 años; y además la excepcionalidad que había para la muchacha a la hora de contraer matrimonio.

La nueva legislación eliminó la autorización excepcional a las niñas para casarse –con permiso parental-, a partir de los 14 años de edad y a los varones a partir de los 16.

Las cifras hablan por sí solas de la necesidad de que la norma incidiera directamente sobre una de las condicionantes fundamentales de la fecundidad o del embarazo adolescente.

Entre los años 2016 y 2018, por ejemplo, se formalizaron 61 203 matrimonios de menores, y de ellos, 354 fueron con edades comprendidas entre 14 y 15 años, según cifras de la ONEI. Solo en 2022 se registraron 918 matrimonios de jóvenes entre 14 y 17 años, muchos de ellos con parejas bastante mayores, incluyendo hombres que tenían más de 50 años.

Para el año 2022, 15 adolescentes de menos de 15 años contrajeron matrimonio, mientras que si se contempla el grupo de 15 a 19 años, la cifra sube a 3 987, de acuerdo con el Anuario Demográfico de Cuba 2022.

La última edición de la Encuesta de Indicadores Múltiples por Conglomerados (Mics), realizada en 2019 por el Ministerio de Salud Pública con apoyo del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), arrojó que 6,2% de las mujeres entre 15 y 49 años se había casado o unido antes de los 15 años.

Mientras, otras indagaciones evidencian que persisten uniones tempranas no legalizadas, muchas veces relacionadas con embarazos prematuros.

Es un paso adelante y un salto cualitativo. Sin embargo, no resuelve todo el problema porque se pueden seguir produciendo relaciones de pareja estables, uniones consensuales que no son declaradas y es un factor determinante importantísimo para la fecundidad adolescente, alerta Molina Cintra.

Vale insistir, dijo, en que una característica de estas uniones precoces está relacionada con la distancia de la edad entre las muchachas y su pareja, donde la media de esa diferencia de edad puede estar entre siete y 10 años de edad. En la medida que es menor la edad de la adolescente esa distancia se hace cada vez mayor.

Esta diferencia de edad que existe entre la muchacha y su pareja, la colocan en una posición de desventaja total, en tanto se produce una relación de poder asimétrica donde las posibilidades para tomar decisiones propias para su autonomía corporal, su autonomía económica, su autonomía política se reducen cada vez más.

La convierten entonces en una mujer que está en condiciones de vulnerabilidad, con mayores brechas de género, menores posibilidades de ejercer sus derechos sexuales y reproductivos y se puede convertir también en víctima de violencia basada en género y en víctima de abuso sexual.

Las relaciones de pareja con estas características hacen que la muchacha tenga que educar y criar a su hijo casi siempre en condiciones de ausencia de la figura paterna, en acompañamiento de su familia y que se establezca un patrón familiar con una dependencia económica para la mujer, con abandono de los estudios, por supuesto con una primera unión temprana con ese embarazo precoz y una separación posterior de la pareja —en caso de que tengan pareja— en un momento en que quedan embarazadas.

Otra característica de este tipo familia que configuran estas muchachas es que no tienen calificación profesional o técnica. Por supuesto, esto limita las posibilidades de acceder a empleos con mejores condiciones y remuneración.

Hay una situación que se agudiza por no tener garantizado el cuidado de los hijos y por las limitaciones de la atención paterna. De ahí que en muchas ocasiones se vuelven entonces mujeres que han configurado un tipo de arreglo familiar monoparental y ausencia de la figura paterna con las características mencionadas anteriormente.

Según Molina Cintra, las uniones tempranas a menudo se ven influenciadas por las dinámicas que ocurren en los hogares.

“Las jóvenes tienden a repetir los patrones aprendidos de formación familiar temprana, ya sea a través de uniones formales o informales, que a menudo conllevan embarazos precoces”, dijo.

Cerrar la brecha del embarazo adolescente en Cuba, y cortar la peligrosa madeja que conforma hoy la vulnerabilidad a que cientos de niñas se exponen, pasa no solo por intensificar la educación integral de la sexualidad, romper cada vez más con los estereotipos y las brechas de una sexualidad y una cultura patriarcal, y disponer de métodos anticonceptivos cada vez más adecuados para los adolescentes.

También es fundamental brindar un mayor acompañamiento y preparación de las familias en estos temas, así como mejorar la información sobre los servicios sexuales y reproductivos y un mayor acceso a los mismos de manera equitativa.

Pero lo más importante es que las familias y la sociedad entiendan que se trata de niñas, no de madres y que ellas no son mujeres para “juntarse” o “casarse” (ahora además al margen de la ley).

Que cada adolescente cubano desarrolle su máximo potencial, y sea feliz, implica que sus sueños, metas y sobre todo derechos no se interrumpan ante la llegada precoz de una hija o un hijo.

Tomado de Cubadebate
Por Lisandra Fariñas Acosta

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